Las hortalizas, como el ajo, beterraga, cebolla y zanahoria, son alimentos de seguridad alimentaria, por tanto, de alta prioridad en las políticas de fomento por parte del Estado Plurinacional de Bolivia. Estas hortalizas, se producen tradicionalmente en los valles interandinos de Bolivia. En el valle de Cochabamba, considerada como región tradicional, se produce en el valle bajo -Sipe Sipe, Parotani, Capinota- y valle alto -Mizque, Larasuyu, Punata, etc.-.
La tecnología de producción en los valles interandinos, en general, es todavía, tradicional. Aunque, existen algunos elementos, como el uso de maquinaria agrícola, los fertilizantes y agroquímicos, que se utilizan intensivamente.
Uno de los factores limitantes en la producción de hortalizas en estos agroecosistemas, son las plagas y enfermedades. Aparentemente, el uso intensivo de los suelos para la producción de hortalizas y el uso indiscriminado de semillas, ha llevado a un estado crítico a la relación de la incidencia de plagas y enfermedades y el uso de agroquímicos, en general.
En la actualidad, el uso de insecticidas y fungicidas, para el control de plagas y enfermedades, no es casual. Aunque condenado, pero, vigente. Varias pueden ser las razones, pero una de ellas, esta relacionado con la decisión de los productores, y es que los productores al no tener otras opciones efectivas para combatir a las enfermedades destructivas de los cultivos, se ven obligados al uso de la opción química. Porque algunas enfermedades requieren de una acción inmediata y de productos con características “especiales”. Por ejemplo, para aquellas enfermedades que son “destructivas”, y que son capaces de destruir completamente causando pérdidas hasta “totales” de los cultivos en solo días, por ejemplo, el Mildiu o Camanchaca de la cebolla, o, la roya del ajo o la beterraga. O también, de aquellas enfermedades del suelo, que pueden destruir a los cultivoé, incluso antes de la cosecha, cuando aparentemente se va a tener una buena cosecha, por ejemplo, la pudrición del bulbo del ajo, causado por el nematodo Dytilenchus dipsaci.
Se habla con énfasis del uso de otras alternativas de menor impacto ambiental y a la salud humana, por ejemplo, el uso de variedades resistentes, el uso de biocontroladores, el uso de prácticas culturales como el uso de sistemas de riego, etc., sin embargo, la realidad, nos muestra que aún estas alternativas no tienen la suficiente fuerza como para desplazar el uso de la alternativa química, que es la tecnologías más disponible.
Entre tanto, resulta necesario, enfatizar las tecnologías hacia un uso racional, para ello, el “reconocimiento” de las enfermedades y el uso correcto de otras prácticas de control, entre ellas, los fungicidas, serán más efectivas y de menor impacto para alcanzar el objetivo inmediato de reducir las pérdidas que causan las plagas y enfermedades.