Análisis y Opinion Autor: Edgar F. Izurieta Guayacuma – Cientista Político CIPCA Beni Los pueblos indígenas de la Amazonía sur han generado y adoptado a lo largo de su historia una múltiple gama de estrategias de resistencia ante las amenazas externas que ponen en riesgo su hábitat y su territorialidad. Por lo general, sus estrategias por múltiples que sean tienen el común denominador de traducirse en acciones colectivas de carácter pacífico, pero no por eso son menos efectivas. En tiempos de la colonia aceptaron un pacto defensivo con los jesuitas ante la inminente dominación española, mediante el cual convinieron articularse en centros reduccionales cuya dirección política y económica estaba delegada en la figura colonial de los cabildos, estructura que ha sido ampliamente apropiada por los pueblos indígenas de la Amazonía sur. A la expulsión de los jesuitas en 1767, la colonia entendió que respetar la estructura organizacional dejada por los seguidores de Ignacio de Loyola sería más provechoso para usufructuar los recursos de las ex reducciones. Producto de una rebelión contra los abusos de los colonizadores, en 1810, se gestó la primera autonomía indígena de la región a la cabeza de Pedro Ignacio Muiba. Esta rebelión consolidó la reproducción de la cultura reduccional y los líderes indígenas replicaron el sistema de la misión para implementar su propio gobierno en uno de los ejercicios más claros de libre determinación en la historia del pueblo mojeño. Sin embargo, con la creación de la República se dio el quiebre de la cultura reduccional, se anularon los derechos comunitarios, la población criolla y mestiza usurpó las tierras indígenas y se estableció un sistema forzado de reenganche de la fuerza de trabajo indígena abriendo los centros poblados al comercio y al extractivismo. Los indígenas entonces cambiaron de estrategias, ante la agresiva ocupación comenzaron a abandonar los centros poblados hacia sus antiguos parajes, esto se dio gracias a un fenómeno social denominado marchas en búsqueda de la Loma Santa. Estas largas y sinuosas caminatas de raíces sagradas y espirituales fueron procesos migratorios protagonizados por los pueblos mojeño, yuracaré y movima. Esta forma de resistencia pacífica fue entendida por el poder político y económico de la república como una afrenta al sistema extractivista de la quina y la goma principalmente, ya que no comprendían que la mano de obra huya a los bosques haciendo casi imposible su captura y reintroducción al sistema de explotación y empatronamiento. En las búsquedas de la Loma Santa, los ocupantes del territorio se dieron cuenta que las alambradas encontradas a su paso simbolizaban la ocupación física de su territorio por agentes foráneos. La presencia de empresas madereras con respaldo estatal, principalmente, desestructuraron las formas de relacionamiento de los indígenas en su hábitat y estos decidieron que la mejor estrategia de defensa para los nuevos embates era la articulación supracomunal desplegando acciones colectivas que interpelen al poder de forma concreta y directa. Emergieron las subcentrales y centrales indígenas que redirigen los pasos de los caminantes que transitan de promesas sagradas a demandas de carácter político. De ese proceso nacieron las marchas indígenas como la principal estrategia de defensa ante los atropellos de los gobiernos de turno que, soslayando arteramente la existencia de comunidades al interior del denominado Bosque Tsimane, entregaron territorios indígenas a la vorágine del extractivismo en la figura de concesiones forestales de un bosque declarado en producción permanente. La marcha indígena, sin lugar a dudas, es una de las estrategias de defensa más efectivas y eficientes ya que despliega una acción colectiva que reivindica derechos sin dañar los derechos de terceros e interpela directamente al poder ejecutivo y legislativo. Gracias a las marchas indígenas se conquistaron varios logros desde el reconocimiento legal y constitucional de territorios como propiedad colectiva, hasta el nacimiento de la idea de un Estado plurinacional con autonomías. La autonomía es un elemento que subyace a cualquier movilización reivindicativa del movimiento indígena, es un ideal que guía sus luchas, esfuerzos y sacrificios; es el nervio estructural de sus formas de relacionamiento en ejercicio de su autogobierno y libre determinación. Las marchas indígenas son un legado estratégico que aún conservan su vigencia, aunque actualmente los pueblos indígenas han transitado a nuevas formas de resistencias e incidencia, donde los cabildos indigenales toman mayor protagonismo en espacios amplios de participación y toma de decisiones, donde otorgan mandatos a las dirigencias de las subcentrales para efectivizar sus demandas de reivindicación territorial entre otros. El poder político puede cooptar estructuras supracomunales, pero se complejiza su intención de reproducir estas acciones de control a las mismas bases comunales. De este modo, alianzas y redes como las que tejieron los indígenas del TIM con los del TICH (Territorio Indígena Chimán) y Movima, a las que se sumaron el TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure), Bella Selva y TIMI (Territorio Indígena Mojeño Ignaciano) para la defensa y restitución de las ex concesiones forestales del Bosque Tsimane, dan cuenta de una nueva generación de estrategias de incidencia que no saltan estructuras orgánicas, sino que presionan desde las bases para que estas estructuras cumplan los mandatos que le fueran delegados. En efecto, ante el incumplimiento de lo establecido en el Decreto Supremo 22611 por parte de las instancias del gobierno nacional, para devolver a sus legítimos propietarios las áreas de ex concesiones forestales fenecidas el año 2011, la Subcentral TIM articuló sus alianzas con los líderes indígenas de otros territorios favorecidos con la normativa legal para presionar al Estado y lograr la titulación de estas áreas a favor del TIM, TICH y Movima. Al momento la Subcentral TIM recibió la resolución de dotación por compensación por parte del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), que es la antesala de la titulación de 183.722,03 hectáreas, medida con la que se restituiría una parte importante del territorio ancestral. De este modo, el Territorio Indígena Multiétnico encarna los procesos que son fruto de las diferentes estrategias de resistencia. Primero, es consecuencia directa de los procesos de reocupación territorial de los buscadores de la Loma Santa. Segundo, ha recreado la cultura reduccional al organizar sus comunidades en cabildos y al diseñar su arquitectura en torno a las experiencias urbanísticas de las misiones entre otros elementos. Tercero, ha consolidado el reconocimiento jurídico de la propiedad comunal de sus territorios a través de la adaptación de estructuras supracomunales como las subcentrales y centrales indígenas con las cuales ha encarado las marchas de reivindicación política de sus principales demandas por tierra, territorio y dignidad. Por último, ha optado por la generación de alianzas con otros territorios para lograr que autoridades de los poderes del Estado atiendan sus demandas que contribuyan a lograr su autonomía indígena por la vía Territorio Indígena Originario Campesino (TIOC) restituyendo una parte importante de su territorio ancestral con la futura titulación de las ex concesiones forestales a favor del TIM. El TIM encarna en su historia todas estas estrategias de resistencia, y muy pronto deberá transitar de la resistencia a una nueva co-gestión del poder, ya que de consolidar su demanda autonómica será la primera autonomía indígena de Bolivia en la que convivirán cinco pueblos indígenas: Trinitario, Ignaciano, Tsimane, Movima y Yuracaré. Una tarea nada fácil pero que lleva consigo la experiencia y responsabilidad de resistir el poder para luego gestionarlo. |
Fuente: CIPCA