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Marzo 2009 - Vol. 3 (1)
ISSN 1995-1078
 
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Exploraciones etnográficas sobre trabajo infantil y minería en Argentina

Andrea Mastrangelo

Doctora en Antropología Social. Es investigadora de CONICET - Universidad Nacional de Misiones, y docente en la Universidad de Buenos Aires y la FLACSO Argentina.


Resumen:

La investigación antropológica se efectúa construyendo una realidad a partir de una interpretación de la parábola mística de Los Monos, que busca corregir aquello que se mal entiende en relación con el trabajo infantil en un contexto cultural específico.


De Nikko a las orillas del Paraná: re-escritura de una parábola

En el Departamento San Ignacio se inicia la región del Alto Paraná, caracterizada económicamente por el predominio de cultivo de coníferas, cuya producción se encadena verticalmente unos 70 Km. al Norte, en las plantas de pasta de celulosa y tableros de fibra ubicadas en Puerto Esperanza y zona aledaña. No hablar del propio sufrimiento o la propia opresión, no escucharla y hacer que no la vemos, es como un modo de anular el conflicto y sobrellevar una vida plagada de contradicciones.

Introducción

Es necesario abrir un debate sobre las limitaciones estructurales para cumplir la voluntad de erradicar el trabajo infantil expresada a nivel internacional por la Organización Internacional del Trabajo y a nivel nacional del por el Programa Nacional de Erradicación del Trabajo Infantil Rural (CONAETI 2001). ¿Es verdaderamente posible erradicar el trabajo infantil en la minería, considerado una de las “peores formas de trabajo infantil” (OIT) en la extracción de gemas del NE argentino?

La investigación de campo realizada, permite afirmar que la explotación de mano de obra infantil es la forma en que las unidades domésticas del lugar de estudio logran su reproducción social, en tanto se trata de población marginada de los proyectos de desarrollo hegemónicos localmente: en la micro región de Argentina en frontera con el Sudoeste brasileño y el Sureste paraguayo, entre 1988 y 2002, se dio un aumento exponencial de las superficies reforestadas con pinos, destinados a producir pasta de celulosa y derivados de la madera.

En el lugar de estudio hay 7 yacimientos de geodas en producción. De este total de yacimientos, 4 son explotaciones formalizadas, con tenencia del suelo y derechos del subsuelo regularizados, que extraen piedra regularmente. Tres de ellos están montados como atractivos lugares de visita para el turismo (se pueden recorrer pequeños túneles, tienen cultivo de plantas acuáticas y peces en las cavas que exhiben geodas en el basalto). Al momento del trabajo de campo, el cuarto yacimiento formalizado estaba abandonado. Un quinto yacimiento formalizado, lo fue como parte de un proyecto de desarrollo de la cooperación internacional, y si bien tiene regularizada su situación tributaria, la cooperativa que debía explotarla atraviesa una grave crisis. Finalmente existen dos yacimientos informales, que son simples conjuntos de pozos abiertos en tierras de propietarios ausentes, sin permiso del propietario de la tierra ni derecho sobre el subsuelo, de donde se extraen piedras preciosas con herramientas de uso corrientes en casas rurales: palas, cortahierros y a veces con la simple percusión de piedra contra piedra. La forma de explotación predominante en todos los yacimientos es a cielo abierto. Las gemas que se extraen son calcedonias con y sin cristales, amatista, cuarzo hialino, cuarzo ahumado, cuarzo rosado y citrino (falso topacio).

La cantidad de mano de obra ocupada varía según se trate de los emprendimientos de la economía formal o informal y también es cíclica, en relación con las temporadas turísticas. A modo de estimación, en la minería formalizada hay 100 ocupados directos permanentes, 30% de esa fuerza de trabajo realiza trabajo minero en sí, incluida la talla de gemas que la realiza una mujer. En las tareas no mineras (comercialización, guía turística) 98% de las ocupadas son mujeres.

En la minería informal, en tanto, 32 familias son las que reconocen dedicarse a la actividad minera durante todo el año, lo que permite afirmar que 128 personas están involucradas en la minería informal, siendo fuerza de trabajo infantil el 67% de la mano de obra utilizada.

Tanto en la minería formal como en la informal, la cantidad de ocupados varía estacionalmente en las temporadas de turismo, llegando a duplicarse en Semana Santa y el receso escolar del invierno (Julio de cada año).

Los niños mineros de Wanda son predominantemente varones entre 7 y 11 años que realizan su trabajo en el contexto de sus familias y procuran el beneficio para si (se compran zapatos, ropa, juguetes o comida). Junto a algunos hombres jóvenes (entre 15 y 50 años) son quienes realizan el trabajo minero (destape del basalto y extracción de gemas).

El trabajo se realiza en pequeños pozos rodeados de pinares donde se concentra humedad, lo que aumenta la posibilidad de accidentes traumáticos y derrumbes. Otros riesgos laborales típicos del pozo minero son picaduras de víboras y exposición a vectores (varias clases de mosquitos y roedores).

La comercialización se realiza inmediatamente y casi sin elaboración.

Las vendedoras callejeras prefieren comprar gemas a niños. Su argumento es claro: “los niños venden más barato”, hecho cierto, ya no contabilizan en el costo de su fuerza de trabajo. Cuando no consiguen una compradora mayorista son ellos mismos quienes comercializan las piedras, ofertándolas a los automóviles de turistas en platos de chapa enlozada.

Durante el trabajo de campo entre 2004 y 2005 hubo tres accidentes de tránsito con niños mineros en la circunstancia de correr los automóviles de los turistas, uno de ellos fatal.

Todos los chicos de la calle de las piedras reparten el tiempo de trabajo en el pozo minero y la oferta a turistas en la calle con la asistencia a la escuela pública elemental.

Hablar de cómo les va en la escuela los avergüenza: repiten los grados recurrentemente y dejan la escuela a los 14 ó 15 años habiendo cursado como máximo la mitad del ciclo escolar (los varones dejan la escuela antes que las niñas).

Las maestras atribuyen “el fracaso” a la mala alimentación durante la primera infancia y a la falta de incentivo de las familias que “no valoran la importancia de escuela”. A estas razones podríamos sumar el estrés y la fatiga producidas por el trabajo en un cuerpo en desarrollo y con carencias nutricionales.

Esta infancia y esta forma de trabajo infantil no son la única forma de ser niño en Wanda, porque en su estructuración están presentes una condición étnica, el género y la clase social. Esta infancia de calle y minera es la infancia de los varones criollos con padres aptos para el trabajo que no lo tienen, están ausentes o tienen un empleo temporario. Sólo ocasionalmente algunas niñas dejan el trabajo doméstico para procurar dinero en la calle.

Quizás porque no dejan de asistir a la escuela ni trabajan bajo un régimen de contrato laboral para un tercero, es difícil establecer cuántas horas trabajan y cuál es la medida en que el precoz ingreso al trabajo incide en la reproducción de la pobreza y la exclusión. Ellos no se quejan y nadie a su alrededor parece verlos. El hecho que estén vinculados al trabajo y procuren su dinero es visto por sus padres y por la comunidad como una enseñanza positiva: les están transfiriendo habilidades de supervivencia, “ya que el día de mañana, quién sabe... como no les va bien en la escuela...” . Sus padres han trabajando también desde los 4 ó 6 años. El trabajo de “limpiar patios” , “carpir” o “ayudar en las cosechas” son ámbitos conocidos y en los que todos los miembros de la familia tienen habilidades reconocidas. Así, los padres o adultos a cargo suelen fomentar la permanencia en el ámbito del trabajo porque es un ámbito próximo, donde se conocen las reglas y donde el beneficio es inmediato. Una madre nos dijo: “Yo se que dejo a Rodrigo en la calle mientras voy al centro y cuando vuelvo ya tengo $5 para la carne”.

El trabajo infantil minero en Wanda debe ser también considerado en su dimensión histórica y en el contexto sociocultural en que acontece. La mano de obra infantil es constitutiva de la economía provincial, especialmente por las características socioeconómicas que imprimió a la sociedad provincial la organización del trabajo en las chacras. Según una investigación de Martha Palomares (1975) fue hacia 1926 que la Ley de Colonización Nº 4.167 estableció como normales los lotes de 25 Has. para las chacras como las creadas en el Municipio de Wanda. Sin embargo, “la determinación del tamaño normal de los lote en 25 Has. no se basaba en un cálculo racional de la rentabilidad media de la inversión. La medida aludida presenta serios inconvenientes por cuanto no contempla la proporción de tierra efectivamente utilizable, coeficiente variable según las zonas. (...) por añadidura, hacía tiempo que los mejores tierras de Misiones estaban en manos particulares. De acuerdo con estos hechos, no cuesta deducir que la utilidad de un lote normal tuvo consecuencias desfavorables sobre la rentabilidad de las explotaciones desarrollados en ellos”.

Slutzky (1975) también considera que en Misiones, el lote de 25 has. está por debajo de la unidad económica y no permite una capitalización adecuada del grupo familiar instalado. De modo que “si bien la colonización oficial y privada permitió el asentamiento de una capa numerosa de pequeños y medianos productores (entre 1914 y 1937 se instalado alrededor de 12.000 nuevos productores), la escasa dimensión de sus unidades no les posibilitó capitalizarse ni desarrollar la suficiente diversificación como para lograr plena ocupación e ingresos adecuados” (citados por Gabriela Schiavoni (1995: 66).

Estas características de sub-capitalización de las unidades de producción, hizo que tendieran a incrementar su rentabilidad mediante la autoexplotación de fuerza de trabajo doméstica, que “naturalmente” incluye trabajo infantil. La necesidad de la participación de los niños en el proceso de trabajo para asegurar la capitalización y la reproducción de las unidades domésticas es encendidamente defendida por los líderes del Movimiento Agrario Misionero, como un valor positivo de la cultura campesina en Misiones (Diario Primera Edición 26/7/2005:1 y 6). El uso de mano de obra infantil como parte de la mano de obra disponible en las chacras es común a la infancia de los colonos y de los criollos sean estos propietarios del predio, ocupantes o trabajadores temporarios en las cosechas.

Este análisis histórico nos permite comprender cómo el trabajo rural infantil en Misiones está atado a la estructura de la organización económica, en tanto la autoexplotación es la base para la reproducción simple y ampliada de los pequeños propietarios y trabajadores rurales. Esto es, puede ser que el trabajo infantil minero en Wanda sea una forma de trabajo relativamente reciente. Pero los padres y los abuelos de los niños actuales han sido también trabajadores infantiles en el agro. Esta saga de niñas y niños inmersos en la explotación, en la absoluta miseria o en un borde de inclusión precaria del asistencialismo, el clientelismo o el filantropismo, se repite y se repetirá en tanto no se modifiquen esas condiciones iniciales. Sin esa modificación, no hay erradicación del trabajo infantil posible que pueda tener continuidad histórica.

Otro de los problemas conceptuales que la práctica del trabajo infantil minero en Wanda trae a nuestra consideración es si el trabajo infantil no asalariado, donde el mecanismo por el que se establece el precio es semejante a una dádiva o una propina, es una forma de explotación semejante a aquellas en que un adulto interfiere en la administración de la fuerza de trabajo infantil y que, por lo tanto, están prohibidas por ley. Definitivamente sostengo que son dos formas diferentes del mismo fenómeno, ya que, al menos para los niños criollos el resultado final es el mismo: vulneran el derecho a la salud, la educación y al pleno desarrollo de los niños y en tanto inhiben la formación de capital humano, contribuyendo a la reproducción de la miseria y la exclusión.

Los países del MERCOSUR y Chile, realizan periódicamente encuentros de las Comisiones Nacionales para la Erradicación del Trabajo Infantil. Estas Comisiones Nacionales fueron creadas a consecuencia de la suscripción nacional de los Convenios OIT 138 y 182. De las políticas públicas que la CONAETI promueve a nivel nacional y las comisiones MERCOSUR a nivel regional, a Wanda, sólo llegaron una serie de afiches y autoadhesivos con una foto de un niño cargando ladrillos en una obra en construcción con la inscripción: “El trabajo es cosa de grandes”. Uno de estos afiches está pegado en el Puesto de Salud del Puerto Wanda. El efecto local del afiche no fue que los niños mineros dejen de trabajar, sino que los que trabajan y sufren accidentes no sean llevados por sus padres a la unidad de atención primaria de la salud, por temor a ser reprendidos. Estas acciones y los documentos oficiales de OIT y la CONAETI sobre trabajo infantil lo representan como una “enfermedad infecciosa” más que como un proceso social que da una solución inmediata a la supervivencia. Y que como tal, está arraigado en una historia de relaciones sociales, que es necesario transformar si se quiere “erradicar” o “prevenir” este “flagelo de la infancia”.

El estilo prescriptivo de estos documentos condiciona firmemente el contenido de las leyes y los programas nacionales de políticas públicas hacia la infancia trabajadora. Del mismo modo que orienta su definición semántica y condena al trabajo infantil en investigaciones sociales que se realizan en términos, muchas veces, fuertemente etnocéntricos (Outomuro y Mastrangelo en prensa).

Otro de los prejuicios que creo necesario deconstruir es la asociación “vida de calle” = “exclusivamente aumento del riesgo y la vulnerabilidad de la infancia”. En varias investigaciones y documentos oficiales se afirma “la calle involucra en situaciones de violencia, si no que también resulta condicionante de su participación en otras relaciones sociales” (Macri 2004:238). En mi experiencia de campo, la observación de las situaciones de calle de los niños/as solos dio lugar al juego desinhibido, la expresión creativa, la socialización entre pares y la expresión de la sexualidad. Dos situaciones de campo ilustran este carácter positivo de la socialización entre pares en la calle: una salida a refrescarse en el arroyo y los momentos de descanso entre la oferta de piedras, en los que varones y mujeres dibujan con piedras sobre la calle.

Dibujando sobre la calle

Mi propuesta, compartida parcialmente por otros investigadores (Landini et al 1999; Willis 1988) es revisar algunas tensiones internas a las definiciones ya concensuadas de modo de permitir, también, la valorización positiva de algunos aspectos del trabajo como “aprendizaje para la vida”, especialmente en las familias que constituyen una unidad doméstica, donde se produce y se consume. En este sentido, el “trabajo infantil” en la unidad doméstica es el espacio donde los hijos de peones rurales y también los hijos de pequeños propietarios, aprenden habilidades para su inserción social posterior que no pueden adquirir en la escuela (v. gr. manejo del machete). En el caso de estudio, creo que la “pobreza” y determinadas situaciones coyunturales de crisis, no aparecen como determinantes del trabajo infantil, sino que éste tiene lugar como una forma pre capitalista de inserción laboral. Es decir, como parte de la socialización familiar propia de la organización local de la fuerza de trabajo. Más allá que la renta sea o no significativa, el trabajo infantil se valora como parte del proceso de aprendizaje de un rol social como trabajadores (obrajero, campesino o colono); de habilidades manuales y cognitivas, pero también de manejo grupal, administración familiar y cultura de clase (cfr. Willis 1988). En el caso de Puerto Wanda, es necesario remarcar, contra el prejuicio o la experiencia de otros investigadores del trabajo infantil y la retórica de los documentos oficiales, que las familias donde sus hijos trabajan no necesariamente maltratan ni se desentienden de las actividades de los niños fuera del hogar. De hecho, muchos niños trabajan en la calle junto a sus madres.

Breve descripción de la región

La región del Alto Paraná, en la provincia de Misiones, es un área de gran diversidad biológica. En ella, el Departamento de Iguazú presenta un gran porcentaje de áreas protegidas: en él conviven en 276.900 Has. algo más de 79.356 Has. de áreas nacionales, provinciales y privadas de reserva (aproximadamente el 30% del territorio del Departamento) con 124.639,7 Has. de bosque implantado (45% del territorio) con predominio de las especies pino taeda y elliotis (Censo Nacional Agropecuario 2002). El principal destino final de esta producción forestal es la producción de pasta de celulosa y elaborados de la madera. Los datos suministrados por el Censo Nacional Agropecuario (2002); el Censo Nacional de Población Hogares y Viviendas (INDEC 2001) e investigaciones recientes (Mastrangelo 2005) permiten inferir que entre 1990 y 2000, la intensificación forestal y las condiciones macroeconómicas se han combinado de un modo que se ha concentrado la propiedad de la tierra, perdiéndose explotaciones minifundistas de colonos. Entre otros datos que describen este proceso, tenemos que entre los dos Censos Nacionales Agropecuarios (es decir, entre 1988 y 2002) en Iguazú se redujo el 30% de la cantidad de explotaciones agropecuarias, aunque la cantidad de hectáreas en producción aumentó 43%. Otro dato relevante es que a 2002 las explotaciones de más de 1.000 has, que son el 3% del total de explotaciones del Departamento, concentran en 92% de la tierra en uso agrícola. Respecto de la organización de la población, es notable que entre el Censo 1991 y el 2001 perdieron población permanente las Colonias Gobernador Lanusse, Colonia Helvecia y Puerto Península, elevándose consecuentemente la densidad poblacional urbana, que en caso de Wanda pasó de 19,33 Hab./Km2 a 27,4 Hab/ Km2 (INDEC 1991 y 2001).

La organización social actual de la localidad de Puerto Wanda refleja esa realidad. Su posición geográfica presenta características de una comunidad peri-urbana donde la población económicamente activa, está ocupada en empleos precarizados de los medios rural y/o urbano. Allí, un barrio como el Piedras Preciosas ha absorbido aproximadamente 120 familias de migrantes rurales, otrora cosecheros de cultivos perennes, actualmente beneficiarios de planes sociales (v.gr. Planes Jefes/as de Hogar, Secretaría de Desarrollo Social de Nación). Entre las carencias de la comunidad, está la desnutrición infantil. A 2004, el Puesto de Salud de Puerto Wanda tenía en vigilancia sanitaria 200 casos de desnutrición aguda en menores de 5 años visión que complementa la problemática de las particulares trayectorias escolares (ingreso tardío, repitencia, sobriedad, etc.) y el trabajo infantil informal en minería de piedras preciosas.

Las principales industrias forestales en la zona son APSA y LIPSIA. Dos empresas que, cada cual a su manera, dicen ejercer la “responsabilidad social empresaria”. La “responsabilidad social empresaria o corporativa”, propone como alternativa frente al retiro del Estado neoliberal de responsabilidades sociales básicas, que este tercerice, en las empresas y ONG algunos objetivos de las políticas públicas (Ribeiro de Souza 2005). Se trata de un concepto acuñado en una reunión en la que participaron representantes de las cámaras sectoriales representando a corporaciones económicas de origen europeo con inversiones en todo el mundo (Green Paper 2001) en base al cual, se propone mediante la articulación y movilización de recursos de las empresas para atender demandas priorizadas por la política pública, en co gestión entre el Estado, la sociedad (ONGs) y las empresas. En América Latina, el concepto fue “bajado a terreno” por el Instituto Ethos (Brasil) que lo promocionó como una reformulación de los estilos de gerenciamiento que incluyen la reflexión ética, la sustentabilidad ambiental y, sobre todo, el compromiso del sector industrial con el desarrollo social equitativo en contextos severos de exclusión.

En campo puede verse que el esquema triangular que vincula Estado, sociedad y empresa es demasiado simple y que en cada proyecto estatal o de una ONG que financia una empresa cada uno de los vértices del triángulo, se presenta como un monstruo de múltiples cabezas con sus propias racionalidades, donde el interés colectivo queda subordinado a fines más inmediatos. En el caso de APSA, la inversión social en el Área de Primaria de Impacto que publicita es la subvención al Instituto Educativo Los Lapachos, una escuela a la que asisten los hijos de los empleados jerárquicos que tienen relación laboral directa con la empresa. El financiamiento parcial de esta institución educativa atiende una demanda interna del personal jerarquizado de la empresa de tener en Puerto Esperanza una educación laica y de calidad para sus hijos, dando así solución a un conflicto interno al proyecto productivo pero con una utilidad limitada para “la comunidad”.

En el caso de los contenidos ambientalistas que difunde la Fundación APSA, sus acciones se orientaron a atender reclamos de parte de organizaciones ambientalistas, con capacidad de acción supra local, como la Fundación Vida Silvestre Argentina (filial argentina del proyecto global WWF). Podemos decir que la acción política de la empresa se propone mantener acotados los impactos socioambientales negativos que describimos up supra, en el Área Primaria de Impacto, mientras que sus acciones que incluye como logros de Responsabilidad Social Empresaria (la certificación de las normas ISO 14.001:1996) se orientan a generar alianzas que eviten la nacionalización o internacionalización de demandas que puedan afectar la inversión.

La práctica de la Responsabilidad Social Empresaria se monta en un espacio no regulado de interés colectivo, que la empresa tiende a manipular políticamente, por lo que la atención a las demandas o problemas inmediatos de la comunidad no es necesariamente tenida en cuenta.

¿En cuál sentido los pobladores no hablan?

Cuando digo “los pobladores del Piedras Preciosas no hablan” digo que no lo hacen para expresar ni el conflicto por la tierra que referí más arriba, ni demandando a los gobernantes por su pauperización. Podría decir que el modo en que “hablan” y los conflictos que expresan colectivamente se montan en una clasificación émica altamente significativa: la segregación entre “colonos”, “criollos” y “paraguayos”.

La diferenciación entre estos grupos de actores sociales es producto de una construcción sociohistórica, que se recrea en las interacciones cotidianas. Por ejemplo, Marthita es hija de “colonos”, que ya no son polacos de nacimiento, pero trabaja en una contratista forestal como liquidadora de jornales. Para ejercer este rol, hace valer su matrimonio con un “paraguayo” (hijo argentino de padres paraguayos) y no alardea ni de la chacra de sus padres en Eldorado (que heredaron sus hermanos varones) ni de sus padres gringos. Es suya la expresión “simpático para ser polaco”, que aplica como guiño frente al “personal de empresa” en la que trabaja, compuesto mayoritariamente por “criollos-argentinos-negros” y “paraguayos”.

Lo que “hablan” los pobladores de Wanda es, casi constantemente, una resignificación de este conflicto étnico, fundante de las relaciones de clase en la sociedad local. Los comentarios sobre el comportamiento de “los otros” son pendulares respecto de los arquetipos del negro (que es vago, flojo para el trabajo, oportunista) y el polaco explotador (maltrata a los empleados, no les paga en término). El Puerto Wanda es casi el patio de atrás de Wanda (centro). Si bien la colonización oficial del área, a fines de la década de 1920, ingresó por la vía navegable del Paraná, construyendo el puerto, la colonia fue fundada 38 Km. hacia el NE, dentro del territorio, manteniéndose el puerto como sede de obrajes de la madera que se extraía y residencia de obreros forestales (hacheros, jangaderos), portuarios y sus familias. Es decir, la ocupación del territorio del municipio fue de oeste a este, del Puerto a la Colonia Gobernador Lanusse.

En el Puerto, mantuvieron su residencia los “mensú”, mientras que los pequeños productores agrícolas de origen polaco y ucraniano se radicaron en sus chacras de la colonia. Wanda centro, creció como sede del municipio, como centro comercial de acopio, provista y servicios (sobre todo educación) para los colonos de Lanusse.

Por otra parte, en la escuela local se está instaurando un habitus (Bourdieu y Passeron 1977) reproductivista de la subordinación. Sin embargo, valga señalar que a diferencia del enfoque reproductivista althusseriano, en esta escuela, la subordinación no encarna el habitus por aprender elementos que puedan usarse en roles productivos si no todo lo contrario: la subordinación se reproduce porque padres, maestros y alumnos consideran que la escuela no permite ingresar a la meritocracia local. Aquí, “no aprender nada” es la forma de la reproducción de las desigualdades. De este modo, podemos afirmar que la adecuación al sistema capitalista del sistema educativo (en términos de Bowles y Gintis 1985) no tiene lugar ni por lo cognitivo ni por el disciplinamiento comportamental, sino logrando “el fracaso escolar” de los/as niños/as.

Pero “la escuela Bertoni” del Puerto es también una institución donde se gesta resistencia. El conflicto entre las madres criollas y las maestras/os colonas/os muestra que no todo es reproducción, aunque la resistencia de los negros, tampoco responde a la ortodoxia de la teoría althusseriana. El conflicto, como modo de resistencia, es decir como “forma espontánea de conciencia de clase” (Baudelot y Establet 1976:156) estaría impugnando, no sólo los contenidos académicos de la escuela local, si no también la aptitud moral de los maestros para educar. Generando por ahora, como única alternativa a una posible mejora en la inserción social por educación, el ingreso precoz al trabajo rural y minero y su socialización del tipo “aprendiendo a trabajar”, lo que implica, las más de las veces, renunciar a cualquier modificación del status quo. Es decir que esta forma de resistencia expresa conflicto social dentro de la escuela, pero no garantiza la igualdad de derechos. Sin embargo, el trabajo infantil y la cultura callejera asociada, el rechazo a la escuela como institución educativa y en su misión moralizante, muestran que la reproducción no ocurre ni mecánica y ordenadamente en ninguna institución social ni fuera de ella. Esta es otra de las razones por las que el trabajo infantil, tal y como ocurre en la calle de las Piedras Preciosas, no entra en la definición oficial, ya que ésta ignora que está produciendo algo más que dinero: una cultura étnica, relaciones y jerarquías familiares, posiciones de clase y de género.

El proyecto

Así las cosas, intenté asociar mi trabajo en terreno con otra de las instituciones locales: la Guardería del Niño Jesús. Inspirada en una experiencia en el nordeste brasileño preparé el proyecto de intervención “De la Selva: Vivero y Circo”, basado en la investigación de la beca postdoctoral de CONICET.

El objetivo general del mismo fue sustituir el ingreso proveniente de la venta callejera de minerales, mediante la producción familiar de plantines de árboles y plantas ornamentales nativas. Esta producción evitaría el alto riesgo para la salud e integridad física de los niños del trabajo minero, remediaría la reducción de la biodiversidad causada por el monocultivo de coníferas y a la vez rescataría y valorizaría conocimientos tradicionales sobre el ecosistema nativo en las comunidades rurales y peri-urbanas del Alto Paraná, como instrumento de desarrollo socioeconómico y de protección de los recursos de biodiversidad.

¿Qué hacer?

¿Para qué y para quiénes estoy investigando si el Estado no ve el trabajo infantil del mismo modo que lo puedo comprender en terreno, si la empresa no escucha que la intensificación forestal concentra la propiedad y expulsa pobres del campo y que ese es un impacto social que requiere remediación y mis posibles aliados locales navegan entre la indiferencia, la reproducción de desigualdades y la subordinación (en realidad, creo que “su” conflicto es reproducir las diferencias étnicas que los separan?

Esta pregunta provocó un movimiento subjetivo, que hizo temblar y caer el marco teórico y metodológico del proyecto de investigación presentado a CONICET.

Lo más genuino del trabajo de campo con niños se perdía al tratar de formalizarlo con instituciones o darle sistematicidad con las técnicas que conocía (trascripción de registros de audio, análisis de texto, de redes, etc.). Cada visita al campo contuvo experiencias personales estremecedoras y felices. Estando en la calle me llevaron a bañarme en el arroyo, a armar casitas bajo los árboles, a cebar tereré en verano y mate de leche los días fríos, le enseñaron a mendigar y a vender a mi propio hijo, me dieron de comer y me mostraron los proyectos que tenían basados en su trabajo. Cuando la intimidad progresaba de la conversación a la entrevista, las respuestas se hacían formales y la seriedad de unos hacía estallar en carcajadas a los otros espectadores. El día que intenté entrevistas individuales, generé una escena de celos y burlas de los no invitados y un enfrentamiento del que tuve que dar cuenta.

Realizaba trabajo de campo en la calle con los niños con la sensación de estar rodeada de flores frescas que se marchitaban en el viaje de regreso y exhibía en textos académicos entre dos vidrios, con formato de flores disecadas.

La lectura de algunos textos del psicoanalista inglés Donald Winnicott, me mostró la necesidad de poner en primer plano el juego y a la expresión creadora de las fantasías para asir aquello que yo sentía que se marchitaba al ser representado en los textos. El juego para Winnicott no es el juego reglado, sino “la capacidad de operar en un área intermedia, sin límites, en la que la realidad del afuera y la del adentro se confunden en la experiencia vivida” (Winnicott 1991:15). El juego tiene en común con la fantasía y el sueño que es un acontecer puro que hace reversible el tiempo y el absurdo. Pero se diferencia de ellos porque con él, las personas podemos abandonar el soliloquio y “ganar gracias a la superposición de la fantasía ajena con la propia”. De modo que genera una situación de experiencia compartida en el terreno de la fantasía (Winnicott 1991:45).

Así la teoría, generar un espacio de juego en la calle fue exponer las diferentes subjetividades e historias personales en el juego social del barrio. Un escenario de interacción no comunicable verbalmente, pero que constituye un trasfondo de comunicación silenciosa, que hacía visible para mi y sometía a testeo de otros adultos diferencias subjetivas en la construcción de los arquetipos sociales en conflicto, improvisados por lo/as niño/as. Al estar en la calle, el juego de creación colectiva incluía a los que querían participar por el tiempo que pudiesen.

“Se puede decir que jugar contiene un punto de saturación, que depende de la capacidad de contener una experiencia”(Winnicot 1991:17). Llegada a esta instancia de saturación del juego, cuando sentía que no lográbamos nada más, les propuse pasar de la improvisación de personajes a la construcción de la acción dramática.

“Si no hay conflicto no hay dramaturgia” fue lo primero que aprendí de la actriz Mariel Albó. Por eso, el primer ejercicio fue grabar los insultos, los improperios y las peleas. Luego, con herramientas de creación colectiva dispersas en el teatro de la improvisación (Augusto Boal) el Teatro del Oprimido (Enrique Buenaventura) y Comedia del Arte (Moliére) los antagonismos expresados en la calle tomaron forma de texto dramático. El orden surgió de colocar en un texto los conflictos que habían ido surgiendo entre los personajes improvisados.

La estructura dramática de “Sueño verde”, el primer espectáculo del Circo de la Selva, es una sucesión de tres sketches hilados por la figura de un Presentador. En el primero se encuentran “El Borracho” y “La Loca”, en el segundo “La Jipa” y “La Chacrera”, en el tercero y último “El Gurí minero” y “El Turista”. La actuación de los personajes fue marcada con herramientas de la técnica del clown, cuya principal característica es buscar, mientras transcurre la acción, la complicidad del público.

A la idea de Winnicott de que “el juego es transformación del objeto, de que a través del juego el niño se ocupa en forma creativa de la realidad externa (...), lo que produce un vivir creador y lleva a la capacidad de sentirse real y de sentir que la vida puede ser usada y enriquecida”, sumé mis conocimientos de plástica e ideas prácticas de la titiritera Sandra Rojas. Así fue que seleccioné materiales de desecho para trabajar, lo que aportó materialmente la idea que el juego permite manejar la agresión y la destructividad, a la vez que “matar y revivir” simbólicamente (Winnicott 1991:81). Bastó con comprar pinturas, cinta adhesiva, cola vinílica, pinceles y papel higiénico para completar las posibilidades que les dieron la ropa usada, las cajas de cartón, palos, botellas descartables y envases tetrabrick.

El juego es uso de símbolos, elaboración imaginativa y actividad creadora (Winnicott 1991:80), por ello en el juego dramático del Circo de la Selva la basura y los desechos se transformaron en títeres de marote. La elaboración plástica de cada personaje (selección del material del pelo, de la cara, de la ropa y los accesorios, de las posibilidades de movimiento) permitió re discutir colectivamente las decisiones tomadas al momento de la creación discursiva del personaje.

La víbora coral

El proceso creador de dos de los títeres demuestra las potencialidades metodológicas de este tipo de trabajo en el contexto etnográfico. Uno de ellos es el caso de “La Víbora de Coral”, un personaje secundario de la escena final. La misma fue construida engarzando fragmentos cilíndricos de botellas descartables con ganchos mariposa. Una vez revestida con papel engomado, estaba lista para ser pintada. El problema que surgió en esta instancia fue ¿cuál era la secuencia de colores que tenía esa víbora? El debate fue agotador e interminable. Hasta que uno de los chicos, “El Negro” salió con la bicicleta sin decir palabra. En aproximadamente media hora estaba de vuelta aportando al grupo la evidencia que acabaría con el debate: un fragmento de coral pichón que mató de un piedrazo en uno de los pozos donde habitualmente extrae geodas.

En esta situación de juego, la realidad se impuso abruptamente evidenciando uno de los riesgos ocupacionales más serios del trabajo que estos niños realizan. Consultada una bióloga de la Administración de Parques Nacionales sobre la especie aportada, no dejó dudas: Micrurus altirostris, Mboi-chumbé o Coral verdadera.

El Borracho

El otro ejemplo surge de la construcción de “El Borracho”. Pero en este, el eje central es el objeto real como disparador de la fantasía y como instrumento que permite medir las condiciones de confianza que posibilita el etnógrafo en el trato con los informantes. Siguiendo nuevamente a Winnicott la actividad creadora es posible “si el niño tiene confianza en alguien, o se ha vuelto confiado en general, gracias a que ha tenido una experiencia adecuada de buenos cuidados (...) los cuidados inadecuados, al generar desconfianza, reducen la capacidad para el juego” (1991:80). Cuando definíamos cuáles serían los materiales en base a los que construiríamos “El Borracho” no nos costó encontrar los envases de vino vacío, con total sinceridad, una de las chicas dijo: “en el fondo de casa hay más cajitas de vino que de leche”.

A modo de cierre trataré de responder cuál de los monos sabios creo elegí ser en este proceso de investigación. Si todo trabajo etnográfico tiene la forma de un viaje al propio self del antropólogo, diré que, en este viaje ayudé a construir una interpretación de la realidad que viví para que los que “no ven, no hablan o no oyen”, tengan la oportunidad de corregir aquello que mal entienden.

 
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