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Abril 2010 - Vol. 4 (1)
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Prólogo: Plaguicidas

Marthadina Mendizabal

Economista ambiental, tiene Maestrías de las Universidades La Sorbona y Católica de Chile. Es autora de diversos libros sobre temas ambientales.


El tema del presente número, plaguicidas, nos conduce a una cuestión de fondo: ¿Por qué? Cuando revisamos el material para selección, alguna investigación que nos reporta información adicional que nos ayuda a evaluar la situación…; cuando situamos el riesgo para la salud y la vida humana misma en su verdadera dimensión… ; cuando percibimos el problema de desertificación que avanza en el mundo, y cuando relacionamos el uso de agroquímicos con la demanda creciente de alimentos para una población en aumento en el mundo en desarrollo, el cuestionamiento planteado no hace sino traer a colación algunas consideraciones que difícilmente se podrían evadir.

La primera consideración es, que el afán de lucro es el motor que incita al agricultor a utilizar plaguicidas para incrementar la productividad del suelo y evitar las pérdidas por plagas. La lógica de empresa agroindustrial ha convertido el suelo productivo en la principal forma de capital de donde extrae grandes utilidades, de la misma manera como lo hace la empresa privada en otras actividades productivas al utilizar las capacidades ambientales (bosques, minas, biodiversidad y capacidad natural de almacenamiento de desechos), y al verter sus residuos al aire, suelo y agua para maximizar sus beneficios económicos. Recursos naturales que tienen una productividad que se ve comprometida por efecto de artilugios e ingenio que sólo a los seres humanos se les ocurre concebir, en una suerte de competencia por incrementar sus ganancias a costa de los mecanismos naturales que sustentan la vida misma.

Tal afán de lucro está detrás del uso de plaguicidas como medio indirecto para el manejo de los alimentos como arma controlada por los ricos, pues solo los pobres sufren de hambre; afán de lucro detrás de la necesidad biológica más elemental, la alimentación en los países pobres donde el recurso suelo es altamente vulnerable al cambio climático, o, fuente de enriquecimiento para los menos. Por eso, el problema de los plaguicidas que es preocupante en toda la Tierra, adquiere características dramáticas en los países del Tercer Mundo. Más aún si se considera que la industria de plaguicidas no está precisamente conformada por pequeños emprendimientos que no podrían sobrevivir en el mundo globalizado, sino mas bien, por grandes firmas que controlan la producción y venta, sobre todo en mercados de países en desarrollo.

Pero si bien el afán por el lucro exclusivo de la lógica empresarial explica el uso indiscriminado de plaguicidas, también el pequeño agricultor está involucrado puesto que el mismo se ve obligado a extraer de una extensión limitada de tierra, una producción gracias a la que sobrevive su familia. El problema es más dramático si se piensa que el campesino es muchas veces consciente de los riesgos de la presión excesiva y creciente, ejercida sobre el suelo del que depende, por la falta de rotación agrícola y por el uso de sustancias químicas. La riqueza pero también la pobreza están detrás del problema.

Por otra parte, el tema de los plaguicidas se relaciona con la capacidad de carga en términos de suelo agrícola en juego, debido justamente a la excesiva presión que ejerce la agricultura sobre el suelo. Y en este punto tenemos que recordar que, a diferencia de otras especies vivas que habitan nuestro planeta, la especie humana es (con excepción de la cabra) la única que devasta su zona de subsistencia. Muchos de los indicadores de sustentabilidad ecológica corroboran la afirmación de que la población humana recurre a instrumentos técnicos eficaces, ejerciendo una sobrepresión sobre la capacidad de carga, en este caso, medida en el recurso suelo. Entonces, tal como señala René Passet , al igual que sucede con la cabra que se ve abocada a la regresión, la población humana está sobreexplotando los recursos de su medio, y tendrá que verse como consecuencia, bruscamente reconducida tras una fase de regresión, al nivel de un umbral de tolerancia sensiblemente menor… Imaginemos pues, lo que significaría la fase de ajuste a una capacidad de carga de la naturaleza, inferior.

Otra consideración sobre el uso de plaguicidas nos conduce a recordar que en la década de los setenta se señalaba que la cantidad de alimentos perdidos en el lugar de producción en los países pobres a causa de los parásitos había sido estimada en un tercio de su recolección total, y que la cantidad de alimentos perdidos en la etapa de almacenamiento alcanzaba un 40%... cifras que fueron atribuidas a una prevención y protección química inadecuada. Inmediatamente después se vino encima la Revolución Verde con todo lo que ello significa en términos de abonos químicos utilizados para minimizar tales pérdidas. Posteriormente, en las últimas décadas estamos en capacidad de informarnos acerca de la estrecha relación entre el uso de agroquímicos y problemas en la salud (particularmente, cáncer) y la vida humana. Y más recientemente, están disponibles las combinaciones alternativas de control biológico, físico y cultural; la alternativa de la agricultura ecológica ha adquirido fuerza como respuesta de las constataciones gracias a la investigación y la mayor conciencia de una población informada que demanda alimentos orgánicos.

Es claro que las combinaciones son variables para cada situación específica y, que tienen en debida cuenta la proliferación de parásitos en temperaturas elevadas, tema relevante en relación a las tendencias de cambio climático.

En fin, hay muchísimo material que afrontar en este tema, material que ya no deja mucho que imaginar. Es indudable que se ha avanzado en el conocimiento y es de esperar que los países donde hay aún mucho que recorrer, se pongan al día adoptando los instrumentos legales, estrategias y políticas más apropiados para combatir el flagelo que nos ocupa en este número. Los trabajos seleccionados para el presente número nos muestran de manera irrefutable que esto está ocurriendo en parte. Países que ya cuentan con un marco legal, estrategias y políticas para combatir los problemas de infertilidad del suelo por aplicación sucesiva y creciente de plaguicidas y contaminantes orgánicos persistentes (COPs), problemas de contaminación de recursos hídricos, de ecosistemas naturales y amenazas a la salud y vida humana misma.

Una vez más esperamos que el contenido ofrecido por el presente número de la Revista sea de completa satisfacción para nuestros lectores. Va nuestro más reconocido agradecimiento a nuestros colaboradores quienes se dispusieron a compartir sus hallazgos a través de un artículo preparado para la Revista. Quisiéramos enfatizar la excelente disposición de destacados especialistas que participaron como expositores en el Congreso Internacional de Plaguicidas realizado en marzo pasado en La Paz Bolivia, el Ing. Javier Souza Casadinho, coordinador de RAPAL, quien se dispuso a escribir un aporte al tema desde Buenos Aires; el Dr. Rafael Cervantes, Coordinador de Salud de PLAGBOL, Bolivia quien también amablemente quiso aunar esfuerzos con REDESMA; la Dra Nilda Perez quien desde Cuba nos hizo llegar su contribución intelectual; la Dra Amalia Laborde y Fernando Tomacino, quienes nos apoyaron enviando un trabajo desde el Uruguay. El reconocimiento es extensivo a nuestro colaborador Lucio Muñoz quien desde el Canadá. Finalmente agradecer al Dr. Guido Condarco, Coordinador General de PLAGBOL y a la Lic. Susan Renjel, Coordinadora de Comunicaciones, por el apoyo y la colaboración para hacer posible este número. Deseamos expresar nuestro deseo de continuar difundiendo trabajos que contribuyen a la actualización profesional en diferentes países, que complementan la formación y que facilitan el acceso a información generada por diferentes fuentes académicas e institucionales. Expresamos nuestro deseo de brindar a nuestros lectores el producto de nuestro esfuerzo esmerado a través del presente número.



 
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