| Nueva ruralidad comunitaria y sustentabilidad:  contribuciones al campo emergente de la economía-ecológicaAutor: Mario E. Fuente  Carrasco 
 ResumenLa perspectiva ética (ecojusticia, justicia distributiva) es  una vertiente en exploración en el proceso de la emergencia de la economía  ecológica como campo diferenciado de la racionalidad económica ortodoxa; sobre  todo para la significación de la sustentabilidad en el contexto socioambiental  latinoamericano. La interacción desarrollada con diferentes grupos de trabajo  en comunidades rurales de los estados mexicanos de Oaxaca y Michoacán (inmersos  en procesos de una nueva ruralidad comunitaria), ofrecen referentes empíricos y  analíticos en esta tarea. Estas praxis campesinas despliegan heterogéneos  procesos de apropiación social de la naturaleza caracterizada por procurar una  mayor articulación entre la responsabilidad social y la ambiental. De ahí la  posibilidad de favorecer un diálogo de saberes como propuesta metodológica en  la formulación de estrategias alternativas para la gestión sustentable de  recursos. Este conjunto de estrategias se expresan a través de un modelo  analítico.
 AbstractEcological economics criticizes mainstream economic  approaches to rationality and supports alternative models based on  environmental and distributive justice concerns. As these models can be particularly relevant  for analyzing environmental issues in Latin America, this study employs them to  consider the interaction of several rural communities, immersed in processes of  constructing new concepts and practices of communitarian rurality in the  Mexican states of Oaxaca and Michoacán. We argue that the study of these  processes offers valuable empirical and analytical insights, which suggest that  these initiatives aim at the social appropriation of nature by incorporating  the need for a greater coordination between social and environmental  responsibility. Furthermore, the study of these processes can offer useful  lessons for developing a methodology that can help foster a dialogue among  different knowledge systems as part of the search for Refining alternative  strategies for sustainable resource management. Finally, we formalize this set  of strategies into an analytical model.
 Palabras clave.– Comunalidad, nueva ruralidad,  sustentabilidad, autonomía, justicia distributiva. Keywords.– Communality, new rurality, sustainability, autonomy, distributive justice. 
 1. IntroducciónEl artículo se enfoca en valorar la contribución de  comunidades inmersas en procesos de una nueva ruralidad comunitaria en la  construcción de una sustentabilidad alterna a la impuesta por la racionalidad  económica ortodoxa (neoclásica). De manera específica, se explora la forma en  que se presentan y resuelven los conflictos sociales y ambientales generados en  los procesos de apropiación social de la naturaleza en comunidades rurales. El  referente empírico para tal aproximación lo constituye la interacción  desarrollada en diferentes grupos de trabajo1 vinculados con comunidades  rurales de los estados mexicanos de Oaxaca y Michoacán. En este sentido es como  se explora la contribución de la praxis campesina como una aportación analítica  (diálogo de saberes) en la emergencia de la economía ecológica (EE). Son tres las tesis de las cuales parte esta exploración. Inicialmente,  se destaca que el conjunto de criterios metodológicos desarrollados por la  comunidad de la EE -a partir de su interacción con diversos principios de la  ecología- constituye un avance analítico en la justificación y necesidad de  construcción de una “sustentabilidad fuerte”. Sin embargo, por otra parte se  plantea que el uso de dichos conceptos son necesarios, pero insuficientes para  la comprensión, análisis y alternativas que el contexto de la realidad  latinoamericana impone. De ahí que se marque la necesaria articulación con el  referente ético e históricamente abierto (Burkett 2006, Barkin 2008). En segundo lugar, se expresa la necesaria diferenciación y  clarificación de la aspiración que pretende la comunidad de la EE; ya sea como  paradigma “sustituto” o como campo emergente (Fuente 2008). En la práctica de  la economía ortodoxa, la noción de paradigma (o ciencia “normal”) se presenta  como un discurso cientificista e institucionalizado, y con ello, alejado de la  reflexión y participación de la sociedad involucrada en la gestión y toma de  decisiones de los proyectos de desarrollo. En cambio, en gran parte de las  propuestas metodológicas de la EE hay contribuciones que cuestionan la  pertinencia epistémica del enfoque ortodoxo, tal como lo representa la “ciencia  posnormal” (Funtowicz & Ravetz 2000) y la denominada “evaluación  multicriterio social” (Munda 2007; Fürst 2008). En concordancia con esta  perspectiva (participativa), en el trabajo se utiliza a la noción de campo  aportada por Pierre Bourdieu (2001). Esto en función de que incorpora a las  prácticas sociales (en este caso de los involucrados) como propuestas  epistémicas. Finalmente, se plantea que dentro de la agenda de la EE,  persiste la necesidad de una crítica y ruptura ideológica, política y  epistémica con los marcos que impone la racionalidad económica, pues es desde  ésta donde se fundamenta la noción ortodoxa de sustentabilidad, así como la  contradicción estructural entre sociedad y naturaleza generadora de deterioro  ambiental y desigualdad social (Barkin 1998; Leff 2004, 2006). Así, la  desconstrucción analítica de la racionalidad económica implica asumir diversos  retos epistemológicos. Uno de ellos consiste en deslindarse de los marcos desde  los cuales se fundamenta la ciencia económica ortodoxa (como ciencia normativa,  positivista y basada en el individualismo metodológico); y por otro, la  exploración e incorporación de diversos saberes críticos y alternos a dicha  racionalidad. Los saberes desplegados por las praxis campesinas inmersas en  procesos de la nueva ruralidad comunitaria constituyen una de estas vertientes  críticas. El abordaje del tema se realiza desde tres niveles de  aproximación. En el primer apartado se plantea que la instrumentación de la  racionalidad económica manifestada a través de los procesos de la globalización  económica neoliberal, han aumento los indicadores de in-sustentabilidad en el  entorno latinoamericano (exclusión social y degradación ambiental); lo cual  impone la incorporación no solo de un juicio ecológico, sino ético  (ecojusticia, justicia distributiva). En este sentido, la noción de conflictos  ecológicos distributivos2 se incorpora como un eje de análisis para favorecer  esta integración ética e histórica. En la segunda sección se destaca y  desarrolla la noción de la nueva ruralidad comunitaria como una de las  respuestas dadas en el entono de la sociedad rural mexicana ante la fuerte  imposición de políticas de corte neoliberal. Finalmente, a partir de la  experiencia de las comunidades rurales de los estados mexicanos de Oaxaca y  Michoacán (Barón 2004; Santiago 2004; Garibay 2007; Fuente & Ramos 2008),  se presenta un modelo analítico en el que se representan las relaciones dadas  entre las categorías de comunalidad, autonomía y procesos de apropiación social  de la naturaleza dadas en las comunidades abordadas; así como su vinculación  con el campo emergente de la EE. 2 Retos de la Economía Ecológica para el contexto  latinoamericano: la incorporación de la dimensión éticaDesde su emergencia como campo, la EE ha sido identificada  como una propuesta con pretensiones de diferenciarse del paradigma de la  economía ortodoxa (neoclásica) para abordar el tema de la sustentabilidad  (Klaassen 1991; Daly & Cobb 1993; Constanza et al. 1999). Mientras que la  ortodoxia utiliza al mercado como el mecanismo más eficiente para la asignación  y distribución de los bienes posicionales, y al lenguaje monetario como una valoración  conmensurable de la naturaleza (Labandeira et al. 2007); la comunidad de la EE  - representado formalmente por la Sociedad Internacional para la Economía  Ecológica (ISEE por sus siglas en inglés)- ha desplegado un conjunto de  criterios metodológicos críticos a tal racionalidad. Este despliegue ha sido fructífero y posible gracias a su  vocación articuladora (inter, multi, trans) disciplinaria; inicialmente con la  ecología. Así, criterios metodológicos desprendidos del “segundo principio de  la termodinámica”, del “metabolismo social”, así como de la “ciencia posnormal”  y la “evaluación multicriterio social”, entre otros, forman parte del acervo  común de la comunidad. La noción de sustentabilidad fuerte, acogida en la EE,  aglutina y evidencia las principales “anomalías” de la ortodoxia: sus actos de  fe basados en la posibilidad de un “crecimiento económico ilimitado” y la  “conmensurabilidad del capital natural con el capital socialmente fabricado”. En este apartado se plantea que el grado de “ecologización”  de la economía es necesario, pero insuficiente para comprender, y en su caso  transformar, el contexto de la sustentabilidad en el caso latinoamericano. La  “aplicación” de estos criterios metodológicos no tiene las mismas implicaciones  y condiciones para un mundo anglosajón y europeo (de la abundancia y con sus  necesidades básicas cubiertas) que para el contexto y la realidad  latinoamericana. El arraigo de la racionalidad económica en el proyecto  civilizatorio occidental se manifiesta de diferente forma en Latinoamérica;  sobre todo en su nueva fase de la globalización económica neoliberal. Con ello,  los indicadores de insustentabilidad han aumentado considerablemente en las  últimas décadas. Mientras que en el mundo anglosajón y europeo hablan, desde  el siglo pasado, de un “fin de la historia” (Fukuyama 1992) o de entrar a una  “condición posmoderna” (Lyotard 1984); en Latinoamérica se vive otro contexto. A  pesar de ello, el proyecto civilizatorio occidental3 es presentando como el  “único” fundamento de progreso social y de la relación sociedad-naturaleza. Dicho  proyecto no puede ser la única vía de “progreso”, de “desarrollo”, y en su caso  de significación del “desarrollo sustentable” (Barkin 1998; Toledo 2000); ni  sus propuestas de una significación de la sustentabilidad desde una perspectiva  ética ambiental antropocéntrica ahistórica como propone la ortodoxia, pero  tampoco desde una ecocéntrica como se propone desde la ecología profunda  (Foladori 2005). Aquí un punto central en el debate en el cual se inscribe  este artículo: uno de los ejes de la disputa de la significación e  instrumentación de la sustentabilidad, desde la óptica latinoamericana, esta en  la posibilidad o no de transformar la racionalidad económica en la cual se basa  el proyecto civilizatorio occidental; es decir de su lógica de acumulación: la  obtención de la mayor plusvalía en el menor tiempo posible. Con ello, los  procesos de apropiación social de la naturaleza se orientan a una constante  “mercantilización” del trabajo y de la naturaleza, así como el requerimiento de  un constante consumo energético y material como un elemento fundamental para la  acumulación del capital y para la degradación ambiental (Altvater &  Mahnkopf 2002; Leff 2004; Altvater 2005; Burkett 2006). En este sentido, la racionalidad económica presenta una  contradicción históricoestructural entre Sociedad y Naturaleza: la dada por un  modelo de organización de la sociedad orientada para instrumentar mecanismos  que permitan maximizar la concentración privada del excedente (plusvalor) y con  ello no solo estar manteniendo una constante producción de mercancías y altas  tasas entrópicas, sino también acelerando los procesos de proletarización,  separación del productor directo de sus medios de subsistencia y la desigualdad  social. Estos no pueden ser considerados como atributos universales de  sustentabilidad; sino de su contrario. La globalización económica ha agudizado los citados  indicadores de insustentabilidad, no solo por consagrar al mercado como el  único mecanismo posible de asignación de recursos y el uso del lenguaje  monetario para la valoración de la naturaleza; sino por su interés para  desmantelar otras alternativas formuladas desde el estado de bienestar y de la  sociedad civil (Altvater & Mahnkopf 2002; Zermeño 2005; Klein 2007). La satisfacción de las necesidades básicas de las  generaciones presentes de la población latinoamericana sigue constituyendo un  imperativo categórico para la significación de la sustentabilidad (Boff 2000) y  en la construcción de una modernidad con “otra cara” (o transmodernidad)  (Dussel 2006). En este sentido se coincide plenamente con lo afirmado por  Martínez-Alier (2004: 24) cuando señala que ante las respuestas que dominan en  los Estados Unidos y en el mundo, ya sea desde el “culto a lo silvestre” o del  “credo de la ecoeficiencia”, es la “Ecojusticia, la respuesta del Tercer Mundo  al desafío de la sustentabilidad”. El abordaje de la sustentabilidad desde el  ángulo de la ecojusticia y del principio de la justicia distributiva (Muller  2007) es congruente con la perspectiva de los conflictos ecológicos  distributivos. Gran parte de las perspectivas críticas a los efectos de  exclusión y de injusticia social se encuentran desplegadas en diferentes  prácticas sociales, especialmente en las heterogéneas praxis campesinas (Toledo  2000; Martínez-Alier 2004; Barkin & Barón 2005; Leff 2006; Otero 2006;  Klein 2007). A continuación se caracterizan unos de estos procesos inmersos en  lo que en este artículo se denomina como nueva ruralidad comunitaria. 3 La nueva ruralidad comunitaria en México como respuesta a  las políticas neoliberalesLa instauración del modelo neoliberal modificó de manera  significativa las relaciones entre el estado mexicano y la sociedad; se  constituyó, en palabras de Meyer (1992), en la segunda muerte de la revolución  mexicana. En este proceso, el estado mexicano ha cedido gran parte de sus  responsabilidades sociales y ambientales al mercado. El poder político  representado en la institución del estado se ha subordinado a las reglas  impuestas por el modelo de la integración económica internacional; así se  expresa, por ejemplo, en la reforma del estado mexicano emprendida desde  mediados de la década de los años ochenta y ratificada desde las instrucciones  emanadas del llamado “consenso de Washington”. Las medidas de control  macroeconómico se han constituido en una obsesión de la política pública,  subordinado a las esferas de la política ambiental, alimentaria, rural y en  general del desarrollo sustentable a estas premisas (Calva 2002). La relación con la sociedad rural no fue la excepción;  reflejándose en una mayor debilidad de las organizaciones campesinas en su  capacidad para influir en las políticas públicas (Carton de Grammont 2008). Los  procesos de apertura, desregularización, privatización, liberación y el cambio  tecnológico, forman parte de los factores ligados a la globalización económica  que la han impacto. Con el cambio de la política rural se cuestionó  -descontextualizada y unilateralmente- las causas de la “baja productividad”  del campo y el papel “paternalista” y “corporativo” que había jugado la  relación Estado-Campesinos (SAGARPA 2005). Una de las manifestaciones formales  de este cambio de relaciones se dio con la aprobación de la reforma agraria de  1992. En ésta se declara que el reparto agrario había llegado a su fin, y al  mismo tiempo la propiedad social de la tierra (ejidal y comunal) tenía la  “oportunidad” de someterse a nuevos procedimientos que permitían o favorecerían  su conversión en propiedad privada; de participar conforme a las leyes del  mercado. El instrumento para tales fines fue el “Programa de  Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares” (Procede); el cual  fue concebido como una de las herramientas del estado mexicano para agilizar la  transformación de las bases estructurales de la producción campesina con  tenencia de tierra social (ejidataria y comunal) conforme a los citados  procesos del ajuste estructural iniciados en la década de los años ochenta y en  la coyuntura de las negociaciones de la firma del Tratado de Libre Comercio de  Norteamérica (TLCAN)4. En esta nueva relación, las nociones de “productividad”,  “competitividad”, “rentabilidad”, “progreso”, “desarrollo”, “modernización” se  usan como los pilares del desarrollo rural, y en sustitución del precepto de  justicia social. El libre mercado y la apertura comercial jugarán desde esos  años el motivo central de las políticas del desarrollo rural. Es en este contexto donde es incorporada, para el caso  latinoamericano, la noción de la “nueva ruralidad”5 como una locución para referirse  a las gamas de participación de los sujetos campesinos, así como la aparición  de otros nuevos actores rurales en el proceso de la globalización económica  (Barkin 2000, 2001; Giarraca 2000). Para la vertiente oficialista manejada por  los organismos multilaterales es entendida como una oportunidad del sector  rural para beneficiarse de las ventajas competitivas que ofrecen los procesos  de integración económica internacional (Rosas 2007). El culto a la competitividad, desprendida de la racionalidad  económica ortodoxa, no solo está impregnada en los organismos multilaterales y  el sector gubernamental, sino que también forma parte de un segmento del  discurso académico. Desde este enfoque se evade analizar el impacto de estos  procesos en la generación de los daños a los ecosistemas y en la calidad de  vida de la población (Quintero 2007; Carton de Grammont 2008). Pero al mismo tiempo, por su carácter excluyente de grandes  sectores de las sociedad, el modelo neoliberal ha generado condiciones para la  re-organización de movimientos sociales (heterogéneos) y contra-hegemónicos que  plantea un procesos de apropiación social de la naturaleza desde otras premisas  a la racionalidad económica neoliberal. En estos movimientos, la asociación  comunitaria resalta como una de las características de un nuevo ethos rural  (Garibay 2007). Son propuestas que procuran realizar procesos de generación de  excedentes fuera de la cadena de acumulación capitalista (Barkin 2001; Barkin  & Rosas 2005; Bartra 2006; Concheiro 2007). A estos procesos heterogéneos  se les denomina en este artículo como nueva ruralidad comunitaria. Una de las tesis mantenidas en este trabajo resalta que  estos procesos de nueva ruralidad comunitaria, al no someterse completamente a  la racionalidad económica, favorece la emergencia de otro tipo de  responsabilidad6 social y ambiental en los procesos de apropiación social de la  naturaleza. Dado que el interés de este ensayo esta enfocado a  identificar las respuestas de la sociedad rural ante los nuevos procesos de  reestructuración económica y de sus políticas públicas, a continuación  destacamos una tipología que representa cuatro procesos o transformación de los  sujetos rurales (Figura1); estos son: 
                           Tipo I. Tienen acceso (posesión) a la tierra y posibilidades  (tecnológicas, de inversión, comerciales, mercado laboral) para desarrollan  procesos de acumulación privada; Tipo II. Tienen acceso a la tierra, pero no cuentan con  estrategias que favorezcan la generación de excedentes, por lo que su  producción es de subsistencia y requieren necesariamente de completar sus  ingresos con trabajo asalariado. Su unidad de reproducción se realiza  básicamente desde la familia; Tipo III. Están o han perdido su acceso (posesión) a la  tierra y sólo cuentan con su trabajo asalariado como ingreso. También tiene a  la familia como la unidad de reproducción; Tipo IV. Tienen acceso a la tierra y cuentan con estrategias  para la generación de excedentes económicos sobre una organización basada en la  asociación comunitaria. Los procesos del tipo I, pero sobre todo y fundamentalmente  los tipo II y III son ubicados en este trabajo como las tendencias inherentes a  los procesos neoliberales; es decir, como consecuencia de la instrumentación de  las políticas de corte neoliberal centrados en el indicador de productividad,  de competitividad. Bajo estas lógicas de un neodarvinismo social implícito en  la racionalidad económica, el mercado seleccionará a los más aptos (I), y los  otros tenderán a la extinción (II y III); a su proletarización7. Los agricultores ubicados en el grupo I que logren  “adaptarse” a las exigencias impuestas por el modelo económico vigente son el  “modelo ideal” de desarrollo rural neoliberal bajo la denominación de Nueva  Ruralidad. Pero por su fuerte arraigo para someterse a la racionalidad económica  (obtener la mayor acumulación del capital), este modelo tiene limitantes  estructurales para instrumentar un desarrollo incluyente y de respeto al  ambiente (Quintero 2007). La necesidad de obtener plusvalía en las condiciones  que impone un mercado altamente competitivo, implica realizar prácticas  agrícolas generadoras de deterioro. El monocultivo especializado con altas  tasas en el uso de insumos y la explotación de los ecosistemas se convierte en  un requerimiento estructural para su permanencia. En esta perspectiva, y dado  que el interés de las políticas públicas de corte neoliberal es el de  desarrollar indicadores macroeconómicos favorables, entonces los apoyos al  campo se destinarán prioritariamente al modelo I. Los procesos indicados (en la  Figura 1) como II y III recibirán apoyo a través de programas asistencialistas  cuya característica -entre otras particularidades- es la de contribuir a romper  los lazos de la asociación comunitaria. En contraparte a estas respuestas, también existe otro tipo  de réplicas campesinas que han desplegado caminos alternativos a la  racionalidad económica; la cual hemos agrupados en el tipo IV como parte de un  proceso de la citada nueva ruralidad comunitaria. Este grupo de campesinos es  el referente desde el cual se desarrolla la exploración de una contribución a  la EE. Como se puede ver, se trata de un problema de “articulación”  entre el “modo de producción campesina” y “capitalista”; entre la racionalidad  campesina y la racionalidad económica. En la siguiente sección se enumeran  diversas estrategias desplegadas en comunidades específicas que permiten valuar  dicha interacción como procesos contestatarios a la racionalidad económica  neoliberal y, por consiguiente, en respuestas alternativas en la resolución de  los conflictos ecológicos distributivos. 4 La comunalidad y la autonomía como estrategias para forjar  sustentabilidad: propuesta de un modelo analíticoBarkin (1998) y Toledo (2000) proporciona una pauta  analítica para acercarse a la comprensión de la interacción entre la  racionalidad campesina como saberes en la apropiación social de la naturaleza  alterna a la racionalidad económica capitalista. El primer autor distingue  cuatro principios para forjar sustentabilidad: 1) autonomía; 2)  autosuficiencia; 3) diversificación productiva; y 4) manejo regional e integral  de recursos naturales. Asimismo reconoce de manera especial el papel  protagónico de las praxis campesinas con ascendencia mesoamericana para  enfrentar el carácter excluyente de la globalización económica (Barkin &  Barón 2005). Toledo (2000: 77), por su parte y con base en la  recopilación de dieciocho experiencias campesinas, destaca cinco aspectos: 1)  defensa de los valores culturales tradicionales, 2) mantenimiento y/o  reproducción de la estructura comunal basada en la equidad entre los miembros  de la comunidad y el consenso a través de la asamblea comunitaria, 3) la alta  eficiencia tecnológica y administrativa, 4) el control colectivo de los proceso  económicos e intercambios basados en un cierto ‘equilibrio productivo’ y 5) uso  conservacionista de los recursos naturales. Tomando como referencia a los autores arriba citados y el  referente empírico citado en la introducción, a continuación se presenta una  propuesta de modelo analítico en el que se expresan las estrategias  contestatarias de comunidades rurales en los procesos de apropiación social de  la naturaleza alternos a la racionalidad económica. No sobra decir que dicho  modelo está en fase de construcción y en la identificación de “indicadores  empíricos” que favorezcan la comprensión de las estrategias campesinas. Las  categorías centrales del modelo recaen en la articulación de las nociones de la  comunalidad, la autonomía y las políticas de apropiación social de la  naturaleza. La comunalidad representa una forma de “contrato social”  heredada, en muchos casos, de la cultura mesoamericana (Martínez 2003; Díaz  2007). Constituye una perspectiva ética diferente de la organización social  ante la racionalidad económica para la asignación de recursos y en los procesos  de apropiación social de la naturaleza; no es la representación conjunta de los  intereses individuales sobre los colectivos como sucede en la noción ortodoxa  de “contrato social” heredara del absolutismo de Hobbes o del liberalismo de  Locke. No se entiende como 
                           un convenio [donde] cada quién hacía el contrato para  resguardar su interés particular; si el contrato, la asociación política, no lo  resguardaba, me siento con todo el derecho de ir en contra porque acepté el  contrato en función de mi interés egoísta, y si no responde a él, me rehúso a  continuarlo (Villoro 2003: 48-9). En el caso de las citadas praxis campesinas se puede  entender como un contrato en el que 
                           puesto que lo acepto buscando el bien de todos por medio de  la voluntad general, aunque vaya en contra de mi interés personal, seguiré fiel  el contrato… La democracia es, en este segundo tipo de contrato, una asociación  política que a la vez, necesariamente, es ética, porque es la manera de  mantener una entidad pública que garantice la libertad de todos, y que sea, por  lo tanto, garante de autonomía (Villoro 2003: 49). La caracterización de la nueva ruralidad comunitaria  esbozada como saberes locales se presenta como una propuesta analítica para  comprender las repuestas campesinas ante los procesos de exclusión impuesta por  el modelo neoliberal y que repercuten directamente en el mantenimiento  (producción y reproducción) de un tipo de relaciones sociales de producción  alterna a la disciplina proletaria. A continuación se presentan los elementos analíticos  vinculados en las praxis campesinas para forjar una sustentabilidad alterna la  racionalidad económica. 4.1 La comunalidad que se expresa en el nivel local como un  ethos comunitario.La comunidad se presenta como un orden social de carácter  comunitario-corporativo (Garybay 2007: 252), por lo se presenta como un eje  organizador de la reproducción económica de la población local y como una  institución participante activamente en la asignación de recursos. Se puede  representar analíticamente como procesos orientados hacia una cooperación de  todos en la producción y distribución de oportunidades entre los miembros de la  comunidad (y redes) para la generación de bienestar; como respuesta a los  intereses (exclusión) de la racionalidad económica capitalista. Es decir,  permite introducir el principio de la justicia distributiva y la ecojusticia  frente a los criterios del mercado como el asignador de recursos. Los procesos  que conforma a la comunalidad, son: 
                           La democracia participativa o consensual, alimentada por el  ejercicio cotidiano y tradicional en la asamblea ciudadana, comunal y las  diversas instancias de vigilancia. Representa un importante contrapeso ante el  poder elegido a través de procesos de la democracia formal que se expresa en la  autoridad municipal. Se constituye, a la vez, en una defensa para no concentrar  el poder político, ni vincularlo al poder económico. Esto último se favorece en  virtud de que la asunción de cargos y autoridad se determinan en función al  prestigio dado por el servicio. La ausencia de partidos políticos en estos  procesos es otro elemento adicional que alimenta la democracia participativa. Esta  situación se presenta con mayor claridad en las comunidades con ascendencia  mesoamericana de Oaxaca, en el que las reformas en materia electoral permiten  incorporar el sistema de normas consuetudinarias (“usos y costumbres”) para  elegir a sus autoridades municipales (Hernández 2007).La organización del trabajo comunitario, el cual se  desarrolla sin ninguna compensación monetaria, sino ligado a otro tipo de  valoraciones como el desarrollo de prestigio local o de compromisos impuestos  desde la comunidad “para seguir perteneciendo a ella”. Se expresa a través de  una diversidad de actividades. Martínez (2003) destaca, entre estas, a las  siguientes: en la asamblea para la decisión; el cargo para la coordinación; el  tequio para la construcción; y la fiesta para el goce;La Posesión territorial comunitaria. Es decir, no solo para  la cohesión social basada en el bien común definido cultural e históricamente  (como puede proporcionarlo la tenencia de la tierra ejidal, y sobre todo la  comunal), sino como la preservación del espacio vital; la base territorial para  la transformación; la expresión de los conocimientos específicos sobre la  utilización de los recursos naturales; y como la base material para la  autonomía política. En este punto no sobra destacar el impacto del citado  instrumento de la reforma agraria de 1992 (el Procede) en las comunidades  ubicadas en proceso de un nueva ruralidad comunitaria. Mientras que en otras  comunidades se ha fragmentado la propiedad social en individual (parcelas); las  citadas en este artículo, han ratificado a la propiedad comunitaria (o social)  como estrategia de organización social y productiva.La construcción de identidad cultural es una noción compleja  que se alimenta de diversas vertientes, entre ellas el sustento territorial y  de las representaciones religiosas espirituales, la ritualización del pasado en  el presente, la cosmovisión, la música, el apego a la tierra. Las fiestas  patronales realizadas por las comunidades y los barrios de manera anual,  constituye un ejemplo de este tipo de representaciones (Díaz 2007). En este  proceso hay un elemento significativo y novedoso para la construcción de  identidades: los proceso migratorios, en donde “El drama de la  desterritorialización se convierte en estrategia para no perder la cercanía con  la comunidad de origen” (Rangel & Sánchez 2001).La cosmovisión es un proceso ligado al anterior, pero con  determinadas peculiaridades con alto grado de dificultad para expresarse  empíricamente. En este se agrupa y se explora todas aquellas manifestaciones  sobre la percepción cultural de la naturaleza (Broda & Báez-Jorge 2001). Por  ello su trascendencia en la indagación para relacionarla con los procesos de  apropiación social de la naturaleza. 4.2 La autonomía como proceso para la producción y  reproducción del ethos comunitario frente a los poderes del mercado y de las  expresiones del Estado neoliberal.Proceso que se forja en la comunidad local, pero que tiene  su mayor expresión en la constitución de redes de comunidades o a nivel  regional. Uno de los resultados del desarrollo autonómico se manifiesta en la  capacidad para la generación de excedentes. El grado de integración o desfase  de estos procesos a las lógicas de acumulación capitalista, determinará en gran  medida los alcances de la autonomía financiera. Así, por ejemplo, las remesas  por migración pueden o no contribuir a la diversificación de la esfera  productiva o de goce de la comunidad en función al grado del ethos comunitario  alcanzado. Es decir, incorporarse o no a la esfera de los proceso de  acumulación capitalista o a la generación de excedente no proletarios (Barkin  & Rosas 2005; Rosas 2006; Concheiro 2007). Entre los principales procesos  que integran este concepto, son: 
                           La formación político-cultural desde la cual se define la  relación política entre comunidades (redes) y el Gobierno (sobre todo estatal y  federal). En esta se expresan las relaciones ya sea de subordinación,  resistencia o mayor autonomía política frente al gobierno. Es una esfera donde  se construyen lazos entre la sociedad política y la sociedad civil; se expresan  las relaciones estructural versus cultural y la Interculturalidad –  Multiculturalidad (Otero 2006);El desarrollo de las fuerzas productivas comunitarias, en la  que se expresa el desarrollo tecnológico, los grados de apropiación tecnológica  y la posibilidad de la diversificación productiva (empresas ecoturísticas,  plantas de purificación de agua, tiendas comunitarias, etc.). Se manifiesta  también, en actividades amplias como las llamadas “multifucionales” o la  “pluriactividad” (Giarraca 2000). Asimismo, se relaciona con el desarrollo de  procesos productivos más eficientes (energética, material y financieramente) y  generadores de mayor “valor comercial” como lo representa, por ejemplo, la  transformación de procesos forestales únicamente de extracción de madera a  otros como la elaboración de muebles para el caso de las comunidades de la  Sierra Juárez de Oaxaca y de Michoacán;La diversificación del mercado. Proceso basado sobre la  premisa de una necesaria búsqueda de alternativas ante las esferas del  intercambio y de la circulación fuera de las acciones azarosas del mercado. Al  respecto, se han generado estrategias importantes en la esfera del comercio  justo basado en una economía solidaria (Cadena 2005).La formación de redes de apoyo en la que incluye la  interacción de diversas instancias de la sociedad civil y de instituciones de  educación y desarrollo tecnológico. En este sentido se ubican los trabajos  desarrollados por los círculos de trabajo indicados al inicio, en el que se  parte de estas premisas para el despliegue de actividades con las  organizaciones sociales y productivas locales. En este punto destaca de manera  notable la pertinencia de las propuestas metodológicas usadas en la EE como la  “ciencia posnormal” y la “evaluación multicriterio social”.La soberanía alimentaria en la que se definen las  estrategias de producción, abasto, intensidad de uso. Se trata de un proceso  complejo y polémico, como lo advierte Barkin (1998), y que se presenta frente a  los procesos de la integración económica internacional que promueven la  especialización a través del monocultivo usando de manera intensiva insumos  energéticos y agua (virtual) ; 4.3 Las políticas de apropiación social de la naturaleza se  han constituido en uno de los temas ampliamente debatidos en la academia dada  su complejidad para integrar valoraciones espacial y temporalmente diferentes:  las ecológicas por un lado y las socioeconómicas y culturales por otra.La noción de metabolismo social ha contribuido en este  aspecto (Toledo 2008). Así, se han desarrollado diversas propuestas  metodológicas para la formulación de indicadores y atributos para valorarlas y  evaluarlas como la denominada MESMIS (Masera et al. 2000). Una forma general de  acercarse a este concepto se desarrolla a partir de sus cuatro campos y  actividades que la constituyen y que se pueden identificar en diversas acciones  por parte de la comunidad local como “pares extendidos” (Funtowicz & Ravetz  2000) y los proporcionados por la investigación básica (Toledo 2006); estas  son: 
                           en el Ordenamiento: Comunitario, micro regional, municipal,  regional.la Restauración: Hábitats, comunidades, poblaciones,  genética.la Conservación: Paisajes, hábitats, comunidades,  poblaciones, genes.el Aprovechamiento: Extractivos, pesquero-acuícola, forestales,  ganaderos, agrícolas Asimismo, incorporamos una quinta forma de relación con la  naturaleza; la derivada de la cosmovisión ligada de la cultura mesoamericana. Es  decir, 
                           la percepción cultural de la naturaleza. En el caso de las comunidades que habitan los ecosistemas  forestales de los estados de Oaxaca y Michoacán que se abordan en este  artículo, manifiestan un aspecto interesante en las políticas de gestión de los  recursos naturales. El manejo comunitario de los bosques no se limita  exclusivamente al aprovechamiento, sino a las otras esferas de la gestión. Aspecto  que no sucedía con la explotación forestal dada en este mismo territorio por  diversas empresas a través de concesiones forestales (Barton & Merino 2004;  Bray et al. 2007). Así, la lucha por la recuperación de las concesiones  forestales (dada en la década de los años ochenta) inicia como una demanda de  mayor responsabilidad social (justicia distributiva, equidad), pero ésta se  transforma en una responsabilidad ambiental o lucha verde. Estos atributos han  sido reconocidos internacionalmente (por ejemplo, las certificaciones otorgadas  por la Forest Stewardship Council). 4.4 La Caracterización del modelo analítico.La Figura 2 intenta ser una representación esquemática de  este conjunto de estrategias involucradas en los procesos de apropiación social  de la naturaleza desde la nueva ruralidad comunitaria. Se presenta como una  propuesta preeliminar de la articulación entre responsabilidad social y  ambiental. Se usan “nodos” relacionados (con líneas de diferente grosor) y de  manera jerárquica con la intensión de explorar agrupaciones holísticas de la  praxis campesina. Con ello se pretende hacer explícitas las relaciones  analíticas y “causales”: cuando se activa una se moviliza el resto. De ahí la  importancia del “inicio” representado por la valoración ética-cultural  concedida en este trabajo a la categoría de la comunalidad. Así, el concepto  (nodo) de Autonomía se “alimenta” de los otros “nodos”, pero a su vez  retroalimenta todo el proceso (reproducción) al conectarse con la comunalidad. A  su vez, estos dos nodos están vinculados directamente con el nodo de políticas  de la apropiación social de la naturaleza. 5 A  manera de conclusiones: Los saberes campesinos y la emergencia de la Economía  Ecológica como campoDesde la perspectiva de los conflictos ecológicos  distributivos se evidencia el factor protagónico que desempeña la concentración  del poder económico en el reparto de los beneficios y costos (sociales y  ambientales) de la apropiación social de la naturaleza; y de esta forma permite  realizar una análisis más amplio en la significación e instrumentación de la  sustentabilidad. La emergencia de la EE como campo implica asumir la  construcción desde un espacio en el que se integran saberes y prácticas sociales  específicas no exentas de luchas, y como espacios jerarquizados en el que los  agentes sociales ocupan posiciones desiguales con relación a la cantidad y  calidad del “capital” científico que cada uno posee. Visto así, el diálogo de  saberes representa 
                           el reconocimiento de los saberes - autóctonos,  tradicionales, locales- que aportan sus experiencias y se suman al conocimiento  científico y experto; pero implica a su vez el disenso y la ruptura de una vía  homogénea hacia la sustentabilidad; es la apertura hacia la diversidad que  rompe la hegemonía de una lógica unitaria y va más allá de una estrategia de  inclusión y participación de visiones alternativas y racionalidades  diversas…(Leff 2004: 326). De la experiencia desplegada en las citadas comunidades  rurales, aportan estrategias específicas para enfrentar los retos analíticos  implicados en un análisis desde los conflictos ecológicos distributivos los  siguientes aspectos: 
                           Son experiencias (luchas) comunitarias desplegadas que  tienen su auge en la década de los años ochenta para tomar en sus manos un  relativo control de los procesos de apropiación social del territorio (en  muchos caso ligado al aprovechamiento forestal), que a su vez favoreció la  reconfiguración de un nuevo orden social basado en un ethos comunitario;Son acciones que muestran una articulación de su  organización social tradicional con novedosas estrategias para la construcción  de una sustentabilidad que favorece la conciliación entre una responsabilidad  social (con los principios de justicia distributiva) y ambiental (con políticas  de ordenamiento, restauración, conservación, aprovechamiento y cultural);Son aportaciones heterogéneas en el ámbito de saberes  locales (praxis); éticohistórico (cultural y político), ambiental (cosmovisión  y manejo de recursos naturales), territorial (extensión, calidad y tipo de  propiedad colectiva), organización productiva comunitaria y demográficas que  son fundamentales a considerar en la construcción de un proyecto de nación  incluyente;Son representaciones que han mostrado estrategias  innovadoras para resolver los conflictos ecológicos distributivos de una manera  alterna frente al mercado y al estado para promover la justicia distributiva; ySon estrategias que se enfrentan, como el resto de la  sociedad mexicana, ante una encrucijada: ¿Cómo resistir o reconfigurar sus  estrategias ante la agudización de los conflictos ecológicos distributivos  impuestos ideológica, política y estructuralmente por la racionalidad económica  neoliberal? De la praxis campesina inmersa en los procesos de la nueva  ruralidad comunitaria se ratifica la necesidad de la EE como campo emergente  para enfrentar dos retos epistémicos simultáneos y contestatarios a la  racionalidad económica, a saber: 
                           entender a la aspiración de la articulación disciplinaria como  un esfuerzo por ofrecer un enfoque multidimensional (áreas del conocimiento);  pero al mismo tiempo difundirse hacia un diálogo de saberes en el que se  incorporan las prácticas sociales no formales contestatarias a la racionalidad  económica; eintegrar el juicio ecológico al juicio éticohistórico  abierto. Es decir, que no sólo se explique las “anomalías técnicas” de la  racionalidad económica, sino que contribuya a evidenciar su sesgo ético, y en  esa medida explorar y construir alternativas. AgradecimientosLa elaboración del artículo fue favorecido por la  participación en tres estancias trimestrales con el quipo de trabajo dirigido  por los doctores Etelberto Ortíz y David Barkin dentro del seminario  “Macroeconomía Dinámica, Cambio Estructural y Economía del Manejo Sustentable  de los Recursos Naturales” del departamento de Producción Económica de la  Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Asimismo, se agradece las  aportaciones derivadas de la revisión crítica de dos árbitros anónimos.   |