Prólogo
Marthadina Mendizabal
Economista ambiental, tiene Maestrías de las Universidades La Sorbona y Católica de Chile. Es autora de diversos libros sobre temas ambientales.
El presente número de la Revista está dedicado al tema de Desastres Naturales relacionados con movimientos sísmicos (temblores, terremotos), el agua (tsunamis, tormentas e inundaciones), el aire (huracanes, tormentas de viento) con el suelo (deslizamientos de tierra, sequías); el fuego (incendios) y con plagas de toda índole. El medio ambiente físico natural contra el medio ambiente humano: fuerzas de la naturaleza creada que contrarrestan todo esfuerzo para avanzar en el desarrollo humano. En general, todo aquello que toma por sorpresa a una población, quiebra el orden establecido, desorganiza el habitat humano y el resto de vida, y trae cuantiosas pérdidas humanas y materiales.
Los seres humanos habitamos en un medio ambiente en el que enfrentamos todo tipo de amenazas naturales… unos más que otros, dependiendo de la posibilidad de ocurrencia, el grado de vulnerabilidad y las medidas de prevención adoptadas, sufrirán el impacto. Pero estamos viendo cada vez mayor cantidad de desastres que escapan al control de la humanidad; sólo podemos entender lo que sucede a partir de los impactos ocurridos y minimizar los daños a partir de experiencias pasadas.
Si empezamos por la raíz misma del problema, la interpretación dependerá de la cosmovisión del mundo que cada individuo y que cada sociedad tenga, y por ende, de cómo se prepara para prevenir y minimizar el daño. Podemos ver los desastres como calamidades tal como realmente ocurren en el lugar de los hechos a partir de lo que nos informan los medios de comunicación; o los científicos de las ciencias naturales y sociales en el marco del cambio climático; podemos discernir la responsabilidad diferenciada de los países cuando se trata de eventos supuestamente ocasionados por los mismos seres humanos… o incluso interpretarlos a la luz del conocimiento de culturas ancestrales. Vivencia, conocimiento e información suficiente para comprender la manifestación física de los fenómenos, lamentar las pérdidas y tomar las mejores medidas al alcance para minimizar los daños de nuevos sucesos. Pero insuficiente para desentrañar la verdadera dimensión de los fenómenos que tienen lugar en el escenario donde se desarrolla la vida humana.
Ciertamente, descartando de plano lo místico y lo mágico, podríamos interpretar los desastres a partir de una cosmovisión diferente, que capta estrictamente lo que necesita captar de la dimensión del problema, desde una perspectiva que trasciende a todos los sistemas naturales - sin excepción - contenidos en la biosfera. En efecto, tenemos que reconocer con humildad que la mente humana limitada, aún en el despliegue de todo su potencial de capacidades físicas, mentales y espirituales comprende en el mejor de los casos, tan sólo la parte que le es permitido comprender: insuficiente para hacerle frente con medios humanos de que disponemos los seres humanos, pero suficiente para comprender que no hay nada en el universo que esté fuera del control del Dios Creador, y suficiente para albergar esperanzas para continuar la vida con identidad, pertenencia, esperanza y significado.
Tal cosmovisión tiene más que ver con una realidad sobrenatural dentro de la cual la humanidad existe en su dimensión natural. No obstante, aunque ninguna obra o medida de mitigación humana será suficiente para brindar seguridad, los gobiernos, políticas, planes y estrategias debieran privilegiar la prevención. Admitamos que las consecuencias de los desastres naturales afectan el estado biopsíquico, social, cultural y espiritual de las personas; y afectan también la institucionalidad, la estabilidad económica, las políticas que el país afectado está implementando… todas las esferas de la vida en fin.
Entonces, una primera evidencia es que, dependiendo de la magnitud de las calamidades naturales que sacuden los cimientos de nuestro planeta o modifican las condiciones físicas del habitat humano, aquellas pueden afectar a todos… a ricos y pobres, países industrializados, en desarrollo, sociedades estancadas, poblaciones étnicas a las que ningún desarrollo ha beneficiado, el medio ambiente construido y ecosistemas naturales en general.
Una segunda evidencia es que el impacto depende de la vulnerabilidad, la exposición de las poblaciones y de cuán preparada están las sociedades humanas para hacerles frente… Los ejemplos de impacto de terremotos ocurridos en Chile y en Haití ponen bien clara esta diferencia…Muchas medidas de gestión de riesgo de desastres se han adoptado en el mundo industrializado, pero paradójicamente, ni siquiera Japón con todos los recursos a disposición de una sociedad desarrollada ha podido evitar el lamentable impacto acaecido meses atrás. Lo cierto es, que es mejor tomar las previsiones al alcance de las posibilidades de cada sociedad, que improvisar la atención cuando el hecho se ha consumado… con costos impensables para todos. Los pronósticos no son alentadores, y tampoco lo son las capacidades de los países en menor nivel de desarrollo para hacerles frente, dado que no disponen de los recursos humanos, técnicos y financieros necesarios para prevenir, y menos para atender los daños ocasionados.
La tercera evidencia es, que las ciudades son altamente vulnerables a los sismos y otros desastres naturales, y dentro de estas, las poblaciones socialmente más desfavorecidas, - en particular, aquellas que están ubicadas en cercanía de fallas sísmicas, en el caso de terremotos, tsunamis- . Son vulnerables porque las ciudades siguen siendo más pobladas que el medio rural; pero en particular por las tendencias de la urbanización y la desigualdad en la distribución del ingreso en los países en desarrollo. En estos escenarios es donde se revela la segregación social y espacial de las poblaciones urbanas, y en consecuencia, donde es mayor la vulnerabilidad de las poblaciones más pobres que habitan en zonas no aptas para la urbanización y que no tienen acceso a servicios de infraestructura básica. Es claro que cualquier tipo de sismo y/o desastre natural en general, atrapa desprevenida a las poblaciones que, en las ciudades más grandes habitan en zonas hacinadas, y por ende, el impacto en términos de personas afectadas es mayor. El problema se hace más agudo por la falta de planificación urbana, y por el cambio de planes acordes con visiones propias de los gobiernos.
Pero además de los sismos que también afectan a poblaciones rurales, las sequías empobrecen aún más a estos pobladores por la pérdida de cosechas, o, mas allá del continente latinoamericano, las sequías extremas en el Africa; los incendios provocados o por calor extremo en bosques… El rescate de culturas de otrora que ahora se conocen como agroecológicas, permite prevenir muchos daños en tierras destinadas a la agricultura.
En fin, aunque los desastres son impredecibles, no hay duda de que el nivel apropiado para la gestión del riesgo es el nivel local. Es en éste donde existen capacidades que pueden aprovecharse para diseñar las medidas de prevención y atención más apropiadas a la realidad específica y el contexto social; en este nivel se hallan los recursos humanos, capacidades, destrezas e ingenio para promover la resiliencia humana ante los desastres. En fin, en este nivel es donde la participación informada se concreta, y donde se desarrollan redes de solidaridad con un gran efecto multiplicador en la reducción de la vulnerabilidad.
La tarea obligada de prevención exige retomar las tareas de planificación en el marco de la gestión de riesgo. No obstante, no puede ser una tarea eventual de tipo reactivo, ni figurar en el estrado de candidatos políticos o un gobierno en particular, sino que debe ser una política de Estado, una política de desarrollo sostenible que trasciende a los gobiernos. La gestión de riesgo parte de la evidencia que, aunque no sea posible evitar totalmente las amenazas naturales, es posible reducir los desastres; y en esta tarea el rol de las mujeres es tremendamente importante.
Estas y otras ideas son desarrolladas por los artículos seleccionados para el presente número sobre Desastres Naturales. Nuestro objetivo es como siempre, poner a disposición de gobiernos, profesionales, técnicos y comunidades, material suficiente para fundamentar la formulación de políticas y facilitar la adaptación a condiciones ambientales que amenazan todas las dimensiones del desarrollo, la vida humana y los ecosistemas en general. En este caso, buscamos que el material oriente a adoptar medidas concretas para reducir la vulnerabilidad de poblaciones que por su fragilidad social, económica, técnica y de localización del asentamiento, reciben la mayor severidad de los desastres naturales.
Al respecto, es oportuno destacar la labor de COSUDE /Bolivia, dirigida a impulsar la Red Humanitaria en Bolivia y fortalecer las capacidades en 4 componentes: (i) gobernabilidad local del riesgo a los desastres; (ii) adaptación al cambio climático en el sector público descentralizado; (iii) reducción de riesgos climáticos en la producción agrícola e integración del tema de riesgos y adaptación al cambio climático en los programas de COSUDE en Bolivia, y (iv) asistencia en preparación, respuesta y recuperación de desastres naturales.
Queremos agradecer en particular a nuestros colaboradores, Eduardo Chaparro (Chile), Luis Salamanca y María Quispe (Bolivia), Lucio Muñoz (Canadá), entre otros muchos amigos asiduos de la Revista de REDESMA, pues el material que han preparado para el presente número agrega enorme valor a este servicio que prestamos conjuntamente, sin otro interés que el de aprovechar la facilidad de los medios electrónicos para contribuir a administrar bien el planeta y proteger a los grupos más vulnerables de nuestro planeta.
Y agradecer en fin, a nuestros auspiciadores por el apoyo recibido para avanzar juntos en ese propósito.
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